Ha llegado a mis manos la segunda entrega del artículo del ilustre Marqués de Aymar y Monferrat, que debido a su extensión partiré en dos entregas. Espero que lo disfrutéis, estimados lectores:
Me es realmente grato comprobar que su pluma sigue siendo tan certera, si bien me han molestado un par de cosas, de las que usted ya está presto a corregir, estoy seguro. En primer lugar, ha mancillado mi nombre, y con ello me ha ofendido a mí, Marqués de Aymar y Monferrat, Marqués de Belmar, Caballero Shoening, Conde Soltikof, Conde Tsarogy, Conde Zarasky, Conde Weldone, y en definitiva, Conde de Saint Germain. En segundo lugar, me extraña que haya caído en su poder parte de mi correspondencia privada con la Dama Besaraba. Como me es imposible creer en la deslealtad de esta grande señora, ilustre fuente de Verdad y digna de los mayores respetos allá por donde pasa, he de creer que ha sido usted el culpable de tal infamia, ya sea directamente por el arte de la sustracción, o indirectamente, a través de los cortabolsas que, estoy seguro, debe tener a su servicio. Pero no le guardo rencor. Me recuerda a mí, cuando tenía…bueno, eso ya es otra historia. Le dejo la continuación del artículo sobre la Atlántida, que como ya dije en su momento peca de simple, pero servirá para sus lectores, tan faltos de una luz que les guíe.
¿Pudo existir la Atlántida?
Desde hace mucho tiempo, el hombre ha creído fervorosamente en la existencia de una civilización más avanzada a todas las conocidas por aquel entonces. Se llegó a decir incluso que si una tierra no se alzase en el mar cerca del viejo mundo, los hombres no viajarían y nunca se oiría hablar de ella, razón por la cual se debía aceptar su existencia. Y aunque también muchos pensaban que no era más que un cuento de hadas, la mayoría creía en ella hasta que en 1492 Cristóbal Colón llegó a costas Americanas. Comenzó entonces un largo periodo en el que se afirmaba que el Nuevo Mundo era aquella misteriosa civilización y se abandonó toda búsqueda y creencias.
Pero ya entrado el siglo XIX, con el avance de medios, nuevos descubrimientos hicieron renacer toda creencia y se demostró que tal vez, América no era aquella isla que una vez fue buscada. A partir de entonces, toda serie de sucesos, hallazgos y creencias en seres lejanos, tal vez de otros planetas, algo que no fue posible hasta que la ciencia pudo demostrarlo o numerosos testigos eran ya capaces de comprender lo que veían, han hecho que se abra una nueva página en la historia de la Atlántida, desencadenando en unas conexiones que, sean ya posibles o no, vamos a tratar aquí, pues finalizando ya el siglo XX, somos capaces de asignar explicaciones casi-lógicas a casi todo, o por lo menos, sabemos que todo aquello que tiempo atrás era prohibido, ahora es real o muy posible.
El calendario solar azteca puede ser, en efecto, el mapa completo de la ciudad, tal y como lo describió Critias.
Pero todo ello no son más que datos confusos e imprecisos. Es una lástima que no exista constancia alguna de tal existencia. Por ello, si Platón pudo informarse en algún momento de la Atlántida, debió ser gracias a Egipto, donde a diferencia de otras civilizaciones, el pasado se intentaba registrar en escritos, pues los egipcios eran conscientes de que el ir preguntando a los comerciantes más ancianos de los puertos si habían heredado algún conocimiento de sus antepasados. Lo que está claro es que si hay algunos aspectos de la Atlántida que ya han quedado descartados, aún quedan algunas incógnitas por resolver que un continente en medio del Atlántico solucionaría inmediatamente. Los arqueólogos siguen investigando en ello a la espera que la técnica les permita avanzar con más rapidez, pero lo que es cierto es que la Atlántida existe de alguna forma.
Continuará...
En cuanto a la nota con la que inicia esta entrega debo decirle que mi guía en este blog y por extensión en mis otras obras es informar y para ello debo acceder continuamente a documentos privados o clasificados, sin que ello haya representado ningún obstáculo a la hora de contribuir a esclarecer la Verdad, meta última de mi trabajo. Además mis contactos no son unos meros cortabolsas, sino que es una red tupida que alcanza los más selectos círculos de poder y que se arriesgan cada vez que comparten conmigo información comprometida. Que queda claro que yo, Patrick Von Steiner, nunca ocultaré documentos relevantes a mis lectores, pues es mi compromiso compartir con ellos todo cuanto sé.