Sentado en una esquina de mi celda, débilmente iluminado por las estrellas, redacto estas líneas satisfecho por mis avances. Esta edificio fue contruído sobre un templo que a su vez fue levantado sobre algo mucho más antiguo e inquietante, una nave espacial, que se estrelló en el albor de los tiempos. En su interior había un único ocupante, un Dios llegado del cielo, que ofreció a los escasos habitantes de la isla fortuna y gloria a cambio de sacrificios. Les dio los medios para encontrar víctimas y se centró en reparar su nave. Han pasado miles de años desde que los aborígenes empezaron a derramar sangre para contentar a su Amo Y Señor, tiempo en el que su hogar ha ido aparentemente pasando de manos hasta su actual situación de propiedad de la Academia y refugio de piratas. Estoy convencido de que esa criatura sigue viva y que los descendientes de sus primeros seguidores le proveen aún hoy en día de carne fresca con la complicidad de nuestros enemigos.
¡Por Isis!
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