Si hace dos días comentaba cómo el descubrimiento realizado por el CERN abría oficialmente de par en par las puertas al viaje en el tiempo hoy os traigo una noticia más impactante si cabe. Vadim Alexandrovich Chernobrov, líder y fundador de la prestigiosa organización Kosmopoisk, ha desarrollado una máquina del tiempo plenamente operativa. Emplea potentes campos magnéticos que alteran el flujo del tiempo y la misma causalidad, acelerando o frenando dicho flujo. Para comprobar de forma rigurosa este efecto dispone de sendos cronómetros, dentro y fuera de la cápsula, que pruebas más allá de toda duda razonable que el tiempo transcurre de forma diferente en el interior de la máquina. No es tan sofisticada como la empleada por los hermanos Holst, pero es un paso de gigante en la buena dirección. Después de todo los Holst tuvieron acceso a LA máquina del tiempo por autonomasia mientras que Vadim tuvo que partir casi de cero en su finalmente exitoso esfuerzo. Ahora tan sólo queda que los cerriles científicos teóricos den su brazo a torcer y acepten que el tiempo es igual de transitable que el espacio, y no la dimensión unidireccional que no han querido vender.
¡Por Isis!
Imaginemos que no envejeciésemos, que nuestros organismos nunca se degradasen. Aunque ocurriese la muerte por accidente o por agresión, pensaríamos respecto al tiempo en forma muy diferente de la costumbre actual. Sin la degradación orgánica, el tiempo sería para nosotros la duración de un viaje. Mediríamos tiempos por utilidad, sin idea de inexorabilidad ni de irreversibilidad. Nada nos exigiría suponer que se extinguirá lo que existe para ser reemplazado por otra cosa. Tendríamos la seguridad de que lo existente ahora existirá siempre, aunque en la cotidianeidad no sea detectable. Y naturalmente desarrollaríamos medios para encontrar todo aquello que está fuera de nuestra cotidianeidad, pero que sabemos existe. Seguramente el proceso de abandonar nuestra cotidianeidad para ir a otros ámbitos no sería denominado viaje en el tiempo, aunque permitiese encontrar a nuestro tatarabuelo o a nuestro tataranieto. No concebiríamos al tiempo como una cinta transpotadora sobre la cual estamos atrapados y que nos conduce inexorablemente desde la niñez a la adultez, desde el tatarabuelo al tataranieto, desde el pasado al futuro. Nos resultaría natural entender que nada pierde su existencia y que todo puede ser encontrado, independientemente del tiempo al que pertenezca.
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