Mientras intentamos hacernos con ejemplares de los artefactos mostrados ayer, hoy toca hablar de uno que acabamos de recibir de parte de un aliado que prefiere mantenerse en el anonimato. Su fin es evidente, más aún cuando el sol aprieta y el cuerpo exige la ingesta casi continua de líquidos. La pintura le da un toque simpático y cercano, que hace más sabrosa y refrescante el agua. Algo que hemos hecho tras comprobar que su estado de conservación era óptimo y que emplearlo como botella no le causará daños. No somos salvajes e irresponsables como las víboras que campan por la Academia.
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