Debo reconocer que el chiflado suizo, que vaga en la actualidad por sus tierras como un vulgar bandolero con su banda de rufianes, tiene razón en una de sus tesis preferidas, el valor de la cultura popular como fuente de conocimiento. Estaba empezando a plantearme coger a mis propios soldados como rivales de mi guerrera favorita, cuando me encontré con cierta serie de la CW titulada The Flash, basada en las andanzas del superhéroe de cómic del mismo nombre. En esta adaptación un accidente en un acelerador de partículas libera todo tipo de partículas exóticas sobre una ciudad, dando lugar a cambios en ciertos individuos, a los que dota de capacidades especiales. Metahumanos, les llaman. Esa idea me fascinó. Tengo un acelerador de partículas bajo mi control, quizás el más potente del mundo y no em tiembla el pulso a la hora de usarlo. Además es una forma de motivar a los perezosos científicos que pululan por estas instalaciones a que cumplan con mi auténtica meta. Cada cierto tiempo, varios serán convertidos en metahumanos y usarán sus recién adquiridas capacidades contra la formidable Kim "La Trituradora" Keres. Y así es cómo se pone a buen uso un acelerador de partículas, y no en confirma teorías ridículas.
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