La primera hornada de especímenes que han sobrevivido a la exposición al LHC nos han proporcionado unos combates interesantes, aunque en ninguno hubo duda sobre quién saldría ganador. Hubo uno que proyectaba rayos de energía por los ojos, la boca y las manos. Otro emitía radiación por todo su cuerpo. Un tercero controlaba la gravedad, según los científicos que tengo a mi disposición habría conectado con el bosón de Higgs, la partícula que según su modelo dota de masa al resto de partículas. Un modelo pueril y a la vez simple y rebuscado. A cada uno de ellos hizo trizas mi admirada guerrera. Alguno duró un poco más, pero no tardó en encontrar el modo de abatirlos. Después de todo, aún con poderes, siguen siendo ratas de laboratorio, que viven a base de enlazar contratos precarios con la vaga esperanza de lograr una plaza fija. Una meta que se antoja ínfima para alguien como yo que se dispone a abrir las puertas del mismo Universo desde este recóndito planeta.
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