Estoy seguro de que los lectores más fieles de este humilde oasis del pensamiento heterodoxo saben la respuesta auténtica al título de esta entrada, no la mentira inoculada por la abyecta Academia durante siglos. Cuando sus esbirros quieren alimentar sus lastimosos egos e inflar su inmerecida autoestima, intentan ridiculizar a los investigadores honestos y genuinos como un servidor preguntándonos si ya hemos encontrado un unicornio o si aún seguimos creyendo en esa fantasía para niños pequeños. Y digo intentan, porque esa estrategia mezquina sólo funciona contra novatos e iniciados que aún no se han ganado los galones. Los curtidos luchadores por la divulgación de la Verdad sabemos cómo responder a sus bravatas y provocaciones. Por ejemplo, apuntamos sin pestañear al tristemente extinto unicornio asiático como prueba irrefutable y bien tangible.
Ante la respuesta previsible de que estamos ante una variante de rinoceronte, no cabe otra opción que indicar que este animal poseía un único y llamativo cuerno, y no varios más pequeños en fila. Sólo un bellaco puede negar el enorme parecido que guarda con la imagen tradicional del unicornio. El peso y proporciones que vemos en las recreaciones no deberían llevarnos a engaño. Además, ¿quién nos dice que los rinocerontes no sean un pariente cercano de los unicornios? ¿Acaso no son animales formidables provistos de una cornamenta a medio camino del toro y el unicornio? En cualquier caso, el unicornio asiático ha sido rescatado del olvido al que desearía consignarlo la decadente y vil Academia a través de fósiles como el de la imagen, que desafían los ajados manuales de biología, que se caen a pedazos de viejos y por las mentiras que llenan sus páginas mohosas.
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