Los gerifaltes de la corrupta y decadente Academia deben pensar que la gente es de una ingenuidad absoluta si esperan que alguien se va a creer el cuento egipcio que se han sacado de la manga para explicar el enigma del enorme sarcófago negro hallado en Alejandría. Una mole que pesa entre 20 y 30 toneladas, que mide 265 centímetros de longitud y 185 centímetros de altura y ha permanecido dos milenios sellada. ¿Alguien se cree que en su interior han hallado las momias en mal estado de tres soldados anónimos, anegadas en aguas residuales? ¿En serio? ¿Esperan que asintamos con la cabeza como borregos, hipnotizados por la pompa y grandilocuencia de la rueda de prensa? ¿Que esbocemos una sonrisa con la referencia manida a las maldiciones asociadas a las tumbas egipcias? Lo único que me creo es que el sarcófago y las momias no irán al mismo sitio. Lógico, pues es obvio, que las momias fueron sacadas para la ocasión de algún sótano con graves problemas de humedad. Esos militares del Antiguo Egipto no estuvieron jamás en el interior del sarcófago negro. Ahora no me cabe la menor duda de que su ocupante real no es de este mundo y que, desafortunadamente, pasará a formar parte de la colección de nuestros pérfidos archienemigos. Eso no quiere decir que vayamos a cejar en nuestro empeño de sacar su existencia a la luz, y si posible liberarlo de las garras de los académicos.
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