Hay infinidad de objetos cotidianos que contienen grandes enigmas, y para verlos no hay que irse a lugares lejanos y exóticos. Basta con dar un paseo por la ciudad o pueblo en el que uno vive con los ojos bien abiertos, atentos a detalles que normalmente pasamos por alto en nuestro frenesí diario de trabajo, recados, obligaciones sociales... Por ejemplo, esta fuente del parque de la Alameda parece tener muchas cosas que decir. Como si tan sólo estuviera esperando un público receptivo al que revelar sus escretos recopilados a los largos de las centurias.
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