Hoy nos hemos ganado el sueldo. Una mole de músculos, tan absurdamente grande como sorprendentemente ágil, esparcía una nueva versión de los dos virus entrelazados de los que hablé en mi anterior entrada. Parecía un puñetero surtidor. Cuando lo vimos, iba corriendo por un parque, persiguiendo a cuanta persona se pusiera a tiro, para luego embestirlos como si fuera una bola de bolos gigante. A su paso iba dejando un reguero de un líquido pegajoso que brotaba de su cuerpo en forma de chorros, pero también como sudor. Era un espectáculo dantesco, y repugante. Añadamos que he visto pocas criaturas más feas en mi vida. Para que os hagáis una idea, no la quiero en mi colección. Y eso que tengo algún bicho realmente feo, pero nada tan repugnante. No quiero volver a verlo más veces de las estricamente necesarias. Ya me hará suficiente compañía en mis pesadillas más chungas.
Tuvimos que emplearnos a fondo. Fue una pelea intensa y frustrante, con varios momentos de pura comedia slapstick, en la que una servidora cayó de culo por el puñetero líquido, que además hiede como a cocido abandonada en una cloaca durante años. Imaginaos mi satisfacción cuando, con la asistenca del Capitán Neyyan Skyssain, derribamos a esa aberración, poniendo fin a su ataque vírico. Ahora está prisionero en la colonia espacial autónoma Daikokuten, donde mi compañero, el científico Gzobzhudh lo estudia en un laboratorio sellado herméticamente. Me temo que poco hemos podido hacer por sus víctimas, de momento están en estasis. Sin un tratamiento que anule el virus letal, no hay otra forma de evitar su muerte en el plazo de 24 horas. Así que sus vidas están en las manos de Gzobzhudh. Y no lo están la del Capitán y la mía, porque tanto él como yo tenemos defensas que impiden la infección con el virus no letal, con lo que el otro no tiene ya oportunidad de dar el golpe de gracia. Una de las ventajas de haber sido creada en un laboratorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario