Después del trío de reptilianos pirómanos, nos las vimos con una variada fauna de musélidos, ratas y arañas. Todos un puñetero incordio, pero nada tan salientable como para dedicarle una entrada. Hubo momentos en los que tenía la sensación de que estábamos desratizando el túnel en vez de buscando a un criminal y su laboratorio. Afortunadamente, al fin dimos con uno de los accesos al dichoso laboratorio. La forma de dar con él no fue la más elegante ni la más agradable, pues fue gracias a que a nuestro enemigo se le escapó uno de sus experimentos. Un tipo largirucho que giraba sobre sí mismo a toda velocidad, de cintura para arriba en un sentido, y de cintura para abajo en el contrario. Su cabeza parecía un semáforo, con tres ojos alineada como las luces del ídem. Ni nos molestamos en intentar interceptarlo. Solo mirarlo ya provocaba mareos. Además, y aquí debo fiarme de mi compañero, no parecía tener ningún virus. Era, por así decirlo, un dispositivo dispersor vacío. Así que ahí estábamos, ante nuestra ansiada meta. El laboratorio del esbirro de los Grises. Ahora me tomaré unos días para organizar mis notas e intentar darle algo de sentido a lo que pasó dentro de ese "cubil del mal". Fue una experiencia muy extraña, muy propia de este blog por otra parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario