Con la maravillosa voz de Nana Okada todavía resonando en nuestras cabezas, recorrimos los últimos metros del túnel. Para nuestra sorpresa, no había ni guardias ni rastro de los insectos, que parecían haberse desvanecido durante nuestra breve parada. Examinando la lúgubre puerta de metal en la que terminaba el túnel, vimos que sí había guardias, pero ya no estaban entre los vivos. Eran dos armaduras plateadas adornadas con una mezcla desconvertante de motivos florales y calaveras en cuyo interior tan solo había huesos tan blancos que parecían brillar en la oscuridad. La inquietud natural al ver algo tan espeluznante superó nuestra natural curiosidad y abrimos la puerta, que carecía de cerrojo o medida de seguridad perceptible. Al otro lado esperábamos encontrar el Reino de Agartha, pero lo que vimos fue algo muy diferente.
Ante nuestros ojos se extendía una playa de arena blanquísima y muy fina, delimitada por un mar inquietantemente tranquilo de un rojo apagado. La playa estaba completamente desierta, salvo por el peculiar conjunto formado por una silla de mimbre, una sombrilla, una mesa redonda y baja de plástico y su ocupante, que nos daba la espalda. De este individuo sólo podíamos ver que llevaba una capa de color púrpura y un sombrero como el de los legendarios mosqueteros franceses, inmortalizados por la genial pluma de Alejandro Dumas. Apenas habíamos dado unos pasos en la arena, cuando se oyó una voz grave decir.
- Bienvenido, Profesor Steiner y compañía, les estaba esperando. Mi nombre es Augustus Severinus Píngolas. Tenemos mucho de lo que hablar. El futuro de la Tierra está en juego.
¿Quién era este caballero?¿Aliado o enemigo?¿Era un habitante de Agartha o un forastero? Las preguntas se acumulaban. Sin embargo, el primer paso era evidente. Tenía que hablar con él.
¡Por Isis!