¡Por fin! Ya tengo mi primer homúnculo. No fue fácil. Gracias a la información de Masuimi Max sabía donde buscar, pero el problema es que también lo sabe mucha más gente, demasiada. Hackers de Elysium, académicos, lacayos de los Grises, mercenarios, criminales de todo tipo... Se ha desatado una fiebre por los homúnculos. Por lo que he podido descubrir, en parte es por el enigma que rodea al individuo al que se parecen, ese maestro del disfraz de nombre ridículo. Pero vamos al grano. Sabiendo de su afición por el juego, me dejé caer por todo tipo de tugurios sin fortuna, hasta que acabé en el Bingo más cutre y lamentable del que haya noticias. No lo digo yo, sino mis compañeros de Daikokuten que tienen más experiencia con los juegos de azar. No compartiré datos sobre su localización para evitar que alguien caiga en la tentación de visitarlo. Hay lugares que es mejor evitar. Hacedme caso.
El homúnculo era como una versión en miniatura y con mucha mala leche del resto. Un pequeño cabrón adicto a la música estridente de las tragaperras y al absurdo juego del bingo. Agarraba una cartulina roñosa como si le fuera la vida en ello y gritaba cada número que cantaba una vieja momificada desde una diminuta banqueta de plástico amarillento como un macho cabrío en celo aunque no tuviera el número en su puñetera cartulina. No exagero, he visto documentales y el parecido es innegable. Primero fui por las buenas. Le propuse que se uniera a los Hijos del Nuevo Mundo, donde le sería asignada una posición adecuada a su talento. Me faltó al respeto con una sarta de groserías de lo más variada. Algunas tuve que mirarlas en el diccionario y no me gustó su significado. No contento con ello, me arreó una patada en la espinilla que me hirió en el orgullo, porque no es un titán precisamente. Su fuerza es proporcional a su escaso tamaño. Habiendo agotado mi ya de por si escasa paciencia, pasé a adoptar una estrategia más agresiva. En ese momento, descubrí que el cabroncete era muy bueno esquivando y huyendo. Eso explicaba cómo seguía libre cuando hay tanta gente tras los homúnculos. Eso lejos de echarme para atrás, me motivó. No pensaba retirarme con las manos vacías. Si se escondía debajo de una mesa, la rompía en mil pedazos. Si se metía debajo de una silla, la silla salía volando. Si se agazapaba detrás de una tragaperras, la convertía en una fuente de monedas, al que acudía la clientela casi tan rápido como se escabullía el homúnculo. Aún así, me costó. Destrocé más de la mitad del mobiliario de ese antro antes de que el homúnculo se diera por vencido. Lloroso y sin pizca de la mala hostia concentrada de la que había hecho gala hasta ese momento, me suplicó que no le matara, que su pequeño y frágil cuerpo no estaba a la altura de mi colección. Está claro que mi fama me precede. Le aseguré que lo quería con vida y accedió a venir conmigo a Daikokuten, donde mi compañero Gzobzhudh, que tiene muchísima más paciencia que yo, lo estudiará. En cuanto al Bingo, le he enviado un cheque para que puedan reparar los daños, aunque francamente, no me pareció que diera más asco y pena que cuando entré, y sus clientes parecieron pasarlo muy bien con mi particular caza del homúnculo, especialmente los que se hicieron con el dinero de las tragaperras que pulvericé.
Así están las cosas, esta es una de las noticias sobre los homúnculos a las que hacía referencia el señor Steiner en su entrada de ayer. Sé que sus amigas ciberguerreras también han estado a la caza de homúnculos, y por lo que se comenta con más éxito que una servidora. Tampoco me quejo, ya tengo el primero, pequeño sí, pero tengo la sensación de que me será muy útil para hacerme con más y entender qué hay tras esta plaga de ludópatas clónicos de un turbio maestro del disfraz y amantes de las conspiraciones.
¡Muerte a mis enemigos y fortuna para mis amigos!, Arya Darkstorm